Fundacion RenaSer

jueves, 17 de marzo de 2016

En la Edad Media, se creía que los niños ignoraban toda noción de placer y dolor, creencia que aún perdura. Según Lloyd deMause la idea de que los niños son, desde su inocencia, inmunes a la corrupción, es un argumento defensivo utilizado con frecuencia por quienes abusan de ellos para no reconocer que con sus actos les hacen daño.
Mientras que en el Renacimiento comenzó a reprobarse la manipulación
infantil con fines sexuales, en el siglo XVIII empezó a castigarse a los niños que se masturbaban. Los más severos castigos consistían en la circuncisión, la infibulación (cierre del orificio vaginal) y la clitoridectomía. 
Tanto por considerarla asexuada como por estar pecaminosamente presa de su sexo, la criatura es castigada arbitrariamente por el adulto. Con una justificación perversa, el adulto se apropia del cuerpo del niño y lo invade violentamente, sin reconocerle ni privacidad ni identidad propia y diferente. Muchas de éstas ideas aún siguen presentes en la mentalidad de los abusadores y de los que, al minimizar la gravedad de esa terrible invasión al cuerpo y al alma del niño, se transforman en cómplices. Pero, mientras que los castigos corporales todavía son justificados por muchos padres y educadores como necesarios para la educación infantil -es muy común la frase "una nalgada a tiempo...!", siempre que el abusador sexual violenta al niño en secreto, a escondidas y a sabiendas de que se trata de un acto delictivo.

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